lunes, 3 de febrero de 2014

Los 600 locales en los que se fuma cannabis

“Siempre le he dicho a mi hija que no fume, y a mí no me vio hacerlo hasta que cumplió los 18. ¿Que el día de mañana, con la vida más resuelta y ella más centrada, quiere fumar cannabis o tomarse dos copas? Bien. Pero creo que los jóvenes no deberían consumir ninguna droga”. Quien así habla es Javier Quesada, presidente de OneDream, uno de los cerca de 600 clubes sociales de cannabis que se calcula que existen en España. Son espacios que, entre resquicios y ambigüedades legales (o alegales) “cogidos con alfileres”, según describe el abogado penalista Bernardo Soriano, posibilitan el abastecimiento y el consumo de cannabis a sus socios. Sí, la misma sustancia que esta misma semana reconocía haber fumado el presidente de Estados Unidos (donde el consumo lúdico ya es legal en Colorado, y en Washington lo será en abril), Barack Obama: “No creo que sea más peligroso que el alcohol”, decía. Y sí, la misma sustancia que esta semana levantaba polvareda en España por un tuit de la cuenta de la Policía Nacional sobre la mejor forma de llevar los porros en un viaje.
Un local, algún sofá, una mesa con ceniceros. Una red wifi en algunos casos. Mesas de billar, salas de masaje y pantallas de televisión en otros más sofisticados. En muchos, charlas sobre prevención y control de riesgos en el consumo, e incluso el asesoramiento de expertos legales y médicos. En algunos, plantaciones de cannabis -incluso registradas- con las que se autoabastecen los miembros. Estos clubes, que se constituyen al amparo de la ley de Asociaciones, surgieron en 1993, en Cataluña, con la catalana ARSEC, que cultivaba en Tarragona. Tras el archivo de varios procesos, fueron condenados, pero para entonces la semilla de su iniciativa ya había germinado en el País Vasco, donde comenzaron a surgir en 2002. Hoy, según relataMartín Barriruso, representante de la Federación de Asociaciones Cannábicas (FAC), en las comunidades donde más presencia tienen, Cataluña y País Vasco, pueden sumar unos 400 (más de 300 en la primera; 60 en la segunda), a los que se añaden unos 200 en el resto de autonomías.


Sobreviven en un limbo legal, o más que eso, “en el purgatorio de la inseguridad jurídica. Hay ambigüedad en la ley y los tribunales nos han dado la razón en decenas de resoluciones, pero luego el fiscal y la policía no se dan por enterados, y cada cierto tiempo entran en los locales, se imputa a los responsables, se incauta el cannabis…”, señala Barriuso, que acumula imputaciones y archivos (hasta tres, en algún caso con devolución de la droga) y está pendiente de otra por su papel en la asociación Pannagh, hoy cerrada.
“La idea principal es que el delito contra la salud pública del artículo 368 del Código Penal implica la distribución de la sustancia a terceras personas indeterminadas. Los clubes, al hacer un consumo compartido entre los socios sin ánimo de lucro, no entran dentro de ese sentido de distribución indiscriminada. En ellos los socios están previamente inscritos, y cuentan con el aval de alguien que ya es miembro, es decir, ya eran consumidores”, narra Bernardo Soriano, socio de S&F Abogados y encargado de la parte legal de laFederación de Asociaciones Cannábicas Madrileñas (MadFAC). Y continúa: “Según un estudio de varios penalistas, la diferencia estriba en la oferta de drogas. En los clubes se funciona con previsiones del consumo de los socios, es decir, no con oferta, sino con demanda. La asociación cultiva o compra en su nombre y según sus previsiones”. De hecho, “los clubes cuentan con informes de ingenieros agrónomos, inscritos en el Colegio de Ingenieros, que certifican que el cultivo se corresponde con esas previsiones”.
Autoconsumo compartido
Este aspecto es importante, porque, según la jurisprudencia recogida en una instrucción de la Fiscalía sobre estos clubes, el autoconsumo compartido de drogas no tiene relevancia penal si la cantidad corresponde a un consumo “normal y esporádico”, entre un pequeño grupo perfectamente identificable (estos clubes suelen contar con límite de socios) y se realiza en un lugar cerrado. “Desde siempre se ha visto el cannabis desde la perspectiva de la seguridad, y es un error. Debería tratarse desde el punto de vista sanitario y de derechos del ciudadano. El consumo en los clubes siempre es claustral, nunca se hace apología de él, sino que se informa, el filtro para acceder a ellos es muy importante, buscan un consumo responsable, transparente, con libros de cuentas, de dispensaciones…”, enumera Soriano, quien menciona el proyecto de ley de Seguridad Ciudadana, que aumenta en un 330% las sanciones por cultivo.
Colas para comprar marihuana en Colorado, el 1 de enero. (Reuters)En cualquier caso, por ahora la situación da lugar a realidades contradictorias -como el registro de los clubes como asociaciones y su posterior cierre por actividad ilícita- y poco claras: esta misma semana, se hacía pública ladetención por parte de los Mossos d’Esquadra de cuatro miembros de un club de Martorell por tráfico de drogas. Ignacio Calderón, presidente de la FAD, subraya la complejidad del tema y habla de una realidad que se ha consolidado ”por debajo de la mesa, de forma silenciosa. Ya hay centenares de clubes, mucha gente en ellos, y todo el mundo silba y mira al techo.La cuestión no es tanto la legalización de estos clubes, sino su regulación”. Esto es, que se les exijan determinadas condiciones, que sea todo transparente…
Lo mismo reclaman desde la FAC. “Que se regule, que el poder político legisle con claridad. Hasta ahora los clubes son la única alternativa al mercado negro”, señala Barriuso, quien comenta que están colaborando con el Parlamento vasco, que lleva tiempo con una ponencia sobre el tema. La Generalitat catalana tiene una iniciativa en el mismo sentido. Mientras, algunos han optado por la vía de la autorregulación. Es el caso de la FAC, con un código de buenas prácticas que indica, por ejemplo, que los usuarios han de ser siempre mayores de edad (algunos lo restringen a mayores de 21 años) que consumían previamente o tienen necesidad de usar el cannabis de forma terapéutica, que no se entregará éste nunca a personas ajenas, que el límite superior de consumo por persona está en torno a los 60 gr al mes, etc. Algunos clubes no funcionan con lo que la FAC entiende como correcto: “A río revuelto, hay pescadores echando la caña, gente a la que no le importa la salud sino sus intereses económicos…“, señala Barriuso.
En este río revuelto, el presidente de OneDream, Javier Quesada, resalta la “transparencia” de su asociación. En este club existe un límite al número de socios de consumo lúdico (500) y, por ahora, ninguno a los de uso terapéutico. Lo forman ahora unas 130 personas, desde “diseñadores gráficos [lo es el propio Quesada] a gestores, abogados, mecánicos, albañiles… Hay más gente mayor, de entre 40 y 50 años, que joven”. Nacido en mayo pasado, en Móstoles, OneDream se mantiene abierto de 10 de la mañana a 10 de la noche. Cuenta con el aval de un ingeniero agrónomo y en él se imparten charlas sobre las consecuencias del consumo, los modos de consumir el cannabis (que no se reducen a fumarlo: hay mantequillas, aceites, se puede vaporizar…). “Yo siempre insisto en que se conozcan bien las consecuencias que tienen las drogas”, remata Quesada, cuya hija, si ha seguido sus consejos, no habrá probado el cannabis hasta la fecha.

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