lunes, 3 de febrero de 2014

La tienda del rabino que vende marihuana a la sombra del Capitolio



Bajo un discreto toldo azul, en un edificio de ladrillo pegado a un restaurante chino, el rabino Jeffrey Kahn cataloga y administra su medicina: más de una docena de variedades y calidades de hierba y de resina, que se pueden fumar en pipa o cigarrillos, respirar con la ayuda de una vaporera, cocinar en sofisticadas recetas o sorber en infusiones. El Takoma Wellness Centerparece desde fuera una actividad respetable. Y en cierta manera lo es: unnegocio familiar con todas sus licencias en regla y uno de los tres dispensarios autorizados a vender marihuana con fines médicos en la capital de Estados Unidos.
Además de Washington D.C., un total de veinte estados han aprobado leyes para regular el consumo de esta droga blanda con fines terapéuticos. El siguiente peldaño, el del uso recreativo, por ahora sólo se ha escalado enColorado (donde entró en vigor el uno de enero) y en Washington (el estado, no el distrito). Pero las asociaciones y lobbies que encabezan el movimiento creen que antes de 2017 se sumarán ya otros 14 territorios: Alaska, Oregón, Rhode Island, New Hampshire, Vermont, Maryland, Hawái, Maine, Missouri, Massachusetts, Nevada, Arizona, Delaware y California.
La tienda del rabino Kahn, descendiente de judíos sefardíes, no es más que una gota en un tsunami que sacude de norte a sur al continente americano, de Montevideo a Seattle. Una gota, además, bastante pequeña, ya que las ventas en la capital son tirando a ridículas. Entre los tres dispensarios en activo, cuyas licencias se estrenaron el verano pasado, no superan los 130 clientes. De hecho, el Takoma Wellness Center pierde mucho dinero a pesar de su localización inmejorable: en el ángulo superior del diamante capitalino, en un barrio (Takoma) en el que las banderas de la paz compiten con las de barras y estrellas en las puertas de las casas, y que acoge a una nutrida y creciente comunidad de hipstersneo-hippies y otros paisanajes de la progresía americana, lo que le ha costado un apodo malicioso: la República Popular de Takoma.
La importancia del dispensario del rabino Kahn no radica en todo caso en sus ventas. Lo relevante es su cercanía al Congreso y a la Casa Blanca, a un Gobierno federal que los defensores de la marihuana ven como la última barrera de contención a la ola verde. La política nacional rehúye el tema. Cuando algún periodista pregunta, la respuesta oscila entre la negación y la ambigüedad, evitando que el asunto se cuele en su ya de por si delicada agenda política. Mientras tanto, la ley federal que persigue el cultivoventa y consumosigue siendo esencialmente la misma que cuando fue aprobada en 1937, un día de agosto en el que hacía mucho calor y los congresistas no tenían nada más en la agenda del día.
Esta duplicidad legislativa entre el gobierno federal prohibicionista y los estados permisivos genera situaciones contradictorias en las que, por ejemplo, agentes de la Agencia Antidrogas (la famosa DEA)  desmantelan negocios que cuentan con licencias expedidas por su estado y se llevan detenidos a propietarios que llevan meses pagando religiosamente los impuestos relativos.
Es justo en este debate donde el dispensario del rabino Kahn cobra importancia. “Somos la prueba viviente de que la regulación de la marihuana está siendo asimilada por el Gobierno federal”, dice él. “Porque a pesar de que están tan cerca y del peso que tienen aquí, a nosotros nunca, nunca nos han molestado en los seis meses que llevamos abiertos. Y honestamente, no creo que vayan a hacerlo. Al revés, creo que el genio está ya fuera de la botella y que gradualmente se va aflojando la regulación. Por ahora creo que estamos dentro de lo que están dispuestos a tolerar”, argumenta.
Expertos como el profesor de la UCLA, Mark Klein, considerado uno de las mayores autoridades en política de drogas de todo el país, lo ven de una manera parecida. El ligero aperturismo de Washington D.C. es reflejo de un corrimiento de tierras subterráneo a nivel federal. “Ahora hay algunos congresistas, incluido algún republicano, que abiertamente se posicionan con nosotros a favor de la legalización y buscan cambios legislativos para ayudarnos, por ejemplo, a bancarizar estos negocios, algo que hasta ahora es casi imposible”, continúa Kahn.
La prueba definitiva de que algo ha cambiado es que la legalización no le ha llegado a la capital cuando así la han querido sus ciudadanos de a pie, sino cuando se han alineado los astros de la alta política. El Ayuntamiento lleva desde finales de los años 90 promoviendo la regulación terapéutica, desde que en 1998 fue votada por casi un 70% de los vecinos. La iniciativa nunca salió adelante porque fue bloqueada hasta 2009 por los intereses trasversales de los congresistas, que tienen un peso decisivo en la política local, a pesar de que Washington D.C. es, precisamente, el único territorio donde no se vota al Congreso. Tras la venia del Capitolio, llegó el beneplácito del Ministerio de Justicia.
“Lo bloquearon hasta que dejaron de hacerlo. Fue algo histórico”, dice el rabino. Ahora el Gobierno federal tolera la venta de marihuana con fines médicos en su propia casa, aunque la regulación es la más estricta de todas. El proceso para conseguir una licencia de paciente es kafkiano y requiere de la complicidad de un médico independiente y de funcionarios locales. Mientras que en lugares como California lo obtención de estas licencias tienen fama de ser poco más que un mero trámite, en la capital sólo se permiten cuatro supuestos clínicos. Los cuatro gravísimos: sida, glaucoma, cáncer o espasmos musculares como los causados por la esclerosis múltiple.
“Nuestros clientes son realmente gente muy enferma y el proceso está sujeto a un enorme control; se registra todo paso por paso y hay medidas de seguridad excepcionales. Incluso hay que grabar con cámaras cada ángulo del local, 24 horas al día. Las autoridades nos pueden pedir cualquier cinta de cualquier hora y cualquier día, de cualquier sala del centro”, explica Paula Querido Khan, otro de los socios del Takoma Wellness Center. Los precios de la droga, que arrancan a 20 dólares el gramo para la variedad más barata (similar al que se paga en la calle), aparecen perfectamente catalogados en un salón con aires de consulta médica donde se venden también accesorios (incluido un aparato para convertir la marihuana en aceite de cocinar) y literatura especializada.
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La tienda se abastece de tres productores locales autorizados, dotados de sus respectivas licencias, cada uno de los cuales cultiva 95 plantas en invernaderos. “Cosechan el máximo permitido, aunque ahora mismo no existe realmente un problema de abastecimiento. Más bien tienen que almacenar mucho más de lo que producen porque sólo se consume una pequeña parte. Hay dos licencias más, pero nadie las coge porque hasta ahora no es en absoluto rentable”, admite el rabino, que además de todos los gastos ordinarios, desembolsa 10.000 dólares anuales por la licencia.
La familia Kahn, que combina la devoción religiosa y la marihuana con una naturalidad sorprendente, tiene otros motivos íntimos para promocionar su uso. De una pared del dispensario cuelga un retrato en blanco y negro en el que sonríe un joven y atractiva pareja, ataviada a la moda de otros tiempos. “Son mis padres. Él vivió muchos años enfermo y su doctor le recomendó utilizar marihuana, algo que consiguió a pesar de las restricciones de la época. ¡Le funcionaba realmente bien! Gracias a eso su calidad de vida fue mucho mayor. Mi madre murió de cáncer de pulmón ya muy anciana y ella no pudo mitigar el dolor con marihuana, a pesar de que el médico estaba a favor. No pudimos ayudarla a ella, pero ahora queremos ayudar a otra gente”, dice Paula.

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